Esta noche un pueblo agradecido le rinde homenaje al científico de Guachapalí, nombre con el cual George identificaba el Panamá que amaba.
George tenía tres amores en la vida. En primer lugar su familia – Marva y Amílcar – y todos sus seres queridos que se dispersan por dos continentes. George me hablaba siempre de su mamá, mujer de mucha garra que migró a Nueva York a buscar nuevas oportunidades dándole a George el horizonte que necesitaba.
Conocí a George en medio de grandes transformaciones que se daban en el mundo, en América latina y Panamá. En nuestras conversaciones surgían temas como la guerra de Vietnam, la unidad popular chilena de Salvador Allende o la estrategia de Torrijos en las negociaciones en torno al Canal.
En aquellos intercambios intensos siempre surgía el nombre de Marva, la compañera inseparable. George me explicaba como la conoció cuando eran adolescentes y crecieron juntos. Estando en Nueva York a mediados de la década de 1970, George me dio oportunidad para conocer su vida familiar. Me dijo que quería que fuera a su casa en Brooklyn para que conociera a Marva. En el camino, me contó que Marva estaba embarazada después de haber superado muchos obstáculos. Llegamos al apartamento y me senté con George a conversar con Marva. Ella estaba en cama por prescripción médica para asegurar la llegada sana y salvo de Amílcar.
Los ojos de George y Marva brillaban de alegría sabiendo que Amílcar les llenaría la vida con alegrías y esperanzas. Eran tiempos de descolonización, de revoluciones y de grandes insurrecciones. George y Marva identificaron ese momento con la llegada de Amílcar, el amor hacia el prójimo, hacia los pueblos del mundo, simbolizada en la persona de ese gran revolucionario de raíces caribeñas y presencia africana.
El segundo amor de George era su compromiso con el conocimiento, con la ciencia. George plantearía esta relación como el compromiso del científico - que produce conocimiento – con la sociedad, con los seres humanos y sus luchas.
Aunque George realizó sus estudios superiores en EEUU, su objeto de estudio siempre fue Panamá. Desde aquel trabajo seminal sobre el proyecto torrijista y los movimientos sociales panameños, hasta el más reciente que desde una perspectiva comparativa abordaba problemas de organización popular. George siempre buscaba la forma de contribuir a las luchas de la gente que quería superarse.
El trabajo de George tenía un eje conductor – como politólogo – y, a la vez, un espacio cada vez más amplio. Su interés fue explicar la aparente contradicción entre el proyecto integrador y la propuesta de particularidad en el movimiento afro-antillano panameño. En esta búsqueda constante, se destacan figura intelectuales de la talla de un George Westerman hasta un Egbert Wetherborne, pasando por Armando Fortune.
En el debate que se suscitaba, abordaría a Arnulfo Arias y su persecución de las organizaciones (logias) afro-antillanas en 1940. Igualmente, a un Torrijos que incorpora a su equipo de trabajo a destacados afro-antillanos en la década de 1970. Pero George no confundía la legitimidad de un proyecto y la marginación (discriminación) sistemática de la comunidad afro-antillana.
Junto con Gerardo Maloney, se adentró a definir las persepctivas y las limitaciones de los afro-antillanos como proyecto en Panamá. El enfoque, sin embargo, rechazó la formulación tradicional del clientelismo. También criticó la propuesta clásica de una diáspora que tarde o temprano se reagruparía. La pregunta de George y Maloney aún busca una respuesta. Lo importante de la inquietud intelctual es que formula las preguntas importantes. Le abrió el camino a otros para profundizar en torno a la cuestión afro-antillana.
George entendió , igualmente, que la realidad panameña remite a un referente más amplio que incluye el Gran Caribe y EEUU. Los procesos sociales se entienden en su contexto amlplio, internacional para llamarlo de alguna manera. George encabezó un proyectop en EEUU que integraba la movilización de las comunidades segregadas tanto de origen latinoamericano como afro-americano.
El tercer amor de George era Panamá. El lo llamaba Guachapalí. Era un panameño ciento por ciento o mas. Cuando lo conocí en 1972 lo primero que me dijo era que estaba preparándose para regresar de EEUU. Poco después recibió su doctorado de la Universidad de Columbia y ganó su cátedra en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Cuando lo abracé y felicité, me dijo que quería regresar a Panamá. En Brooklyn dirigía la comunidad panameña y en Panamá presidía congresos y eventos académicos, culturales y étnicos.
En 2009 regresó con Marva y organizó rápidamente su reinserción al país. Compró un apartamento, encabezó una investigación en la ciudad de Colón y se agitó en las actividades del CELA. Su cuerpo estaba cansado, producto de una enfermedad que lo perseguía, pero su mirada reflejaba energía acumulada por décadas para su regreso a su Guachapalí querido.
George hacía llamadas, visitaba amigos, organizaba reuniones, generaba iniciativas en el Panamá que tanto quería. En medio de su ajetreo, George junto con Marva encontraban tiempo para contarnos (a Valeria y a mi) sus planes a corto y mediano plazos. Tenía una visión tan clara de los retos que enfrentaba y que tenía que superar que provocaba admiración.
Al día siguiente de nuestra última reunión, una llamada de George nos causó preocupación. Había decidido regresar a Nueva York a ver a a su médico ya que la terrible enfermedad parecía haberse descontrolada. Pocos días después George, el panameño, se había ido.
Pero esta noche, George el científico de Guachapalí, está presente. Su legado está corriendo por los pasillos de esta casa de la cultura, por la juventud estudiosa y combativa del Istmo y por todos quienes luchan por transformar el Panamá que conocemos.
Marva y Amílcar han cumplido con el último deseo de George. Sus cenizas descansarán en las aguas del Canal de Panamá que nuestros abuelos construyeron pensando en el futuro de una nación.
George, gracias por regresar a tu casa.
Panamá 30 de julio de 2009.
jueves, 30 de julio de 2009
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